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Miedo al llanto del bebé. ¿Y cómo paseamos? El descubrimiento del porteo.


Nunca había pensado que pudiera darme tanto miedo el llanto de mi hija.
Cuando estaba embarazada, imaginaba que me daría pena y angustia escucharla llorar, pero el miedo no era una emoción que valorase como posible en esa situación.
Sin embargo, desde la primera noche con ella, vivo condicionada con auténtico terror a su llanto. Recuerdo que esa noche lloró muchísimo, y nosotros, padres primerizos, aún en el hospital, llamamos a las enfermeras para que pudiesen valorar si a nuestra hija la pasaba algo. Unas te decían que hambre, otras que gases, otras que sueño...y que nos acostumbráramos que los bebés lloran mucho.

Llegamos a casa tranquilos, pensando que con los trucos que nos habían dado podríamos dominar la situación, a saber:

- Ruido blanco (vídeos varios de youtube).
- Cogerla boca-abajo dándole calor en la tripita.
- Ponerla al pecho.
- Sacarle los gases.

Disponíamos de muchos recursos para calmarla en caso de estallido. Yo no sospechaba que lo peor estaba por llegar...

El momento de salir a la calle. Y ahí es donde de verdad empecé a sentir miedo. Un miedo que me inmovilizaba, porque prefería quedarme en casa, donde pudiese controlarlo todo y así poner ruido blanco, mientras la acunaba con la teta cerca por si acaso y daba pequeños saltitos anti-gases.
En la calle mi ritual era impracticable. No podía sacarme el pecho, ni ponerle ruido blanco, ni sacarla los gases...o eso creía yo.

Y era en la calle donde peor se ponía. Dos minutos tumbada en el capazo eran suficientes para que comenzase a llorar como si la mataran. Nuestro primer paseo fue una vuelta a media manzana, no conseguimos ni siquiera recorrer la manzana entera. Y eso que venía el padre. Con él, podía cogerla en brazos y sacarla de aquel cochecito con pinchos. Sin él, no tenía brazos suficientes para cogerla a ella y empujar el carro.

Así que la reincorporación de papá (y esas cosas) al trabajo, supuso un duro golpe a nuestra rutina de paseos. Me costó, pero lo hice. No iba a dejar que el miedo me venciera. Ahora, que dejarla llorar hasta la extenuación no era una opción.
Busqué tantas soluciones como pude y di con el porteo. Leía casos como el nuestro. Bebés que lloraban como poseídos en el carro, pero en la mochila se portaban como angelitos. Y nos hicimos con una. Bueno con dos.

Una mochila la compramos a los pocos días de nacer. Quería que su padre la pudiera llevar con él y miramos una que valiese hasta cuando fuera mayor.
Pero esa mochila era muy armatoste y la peque, muy peque (percentil 3) y se perdía entre tantas cintas. Descubrí las mochilas-fular, fáciles de colocar (especiales para torpes en inteligencia espacial como yo) y adaptables al 100% al cuerpecito del bebé, además de ergonómicas.(*)
Y la compré, como tantas otras cosas que hemos comprado por duplicado y triplicado, en intentos varios por encontrar soluciones a distintos problemas.

Fue una compra maravillosa. Me permitió salir a la calle con la peque esos primeros días sin miedo. Porque efectivamente en la mochila era otra. Como si al colocarla ahí se activase algún interruptor de desconexión. No os voy a engañar, lloraba mucho al colocarla, porque había que apretar y ajustar, pero una vez puesta, y en marcha, se le pasaban los males y hasta se dormía.

El poder pasear así, además de quitarme el miedo, me ayudó a relativizar las cosas. ¿Que tenia que darle el pecho? Pues buscaba alguna cafetería o sitio con sala de lactancia. ¿Que lloraba? pues paraba y la calmaba.

Con el tiempo, he descubierto que lo que más miedo me daba no era que llorara en sí, sino que llorara, no poder calmarla y que la gente me mirase como miran siempre a las madres cuando sus hijos lloran. Esa mirada que juzga y que parece que te está diciendo que ellos saben lo que le pasa a tu bebé y tu no.
Y ese miedo se me pasó, porque perdí otro además. El miedo que me daba tener que calmar a mi hija. Es triste, pero igual de juzgada me sentía cuando lloraba que cuando intentaba calmarla. Como si al cogerla en brazos, o darla el pecho la estuviese malcriando.

Pero todo pasa, con la experiencia...a día de hoy, no me apetece que llore, está claro, pero si lo hace tengo claras mis prioridades. Calmarla, donde sea y como sea.

Ya no la doy el pecho justo antes de salir de casa rezando porque no quiera comer por la calle. Ya no espero a que esté muerta de sueño para pasear.

Ahora salimos cuando nos lo pide el cuerpo, con la idea de disfrutarlo, como debe de ser. 


(*) La mochila de la que hablo es de la marca Caboo.


Comentarios

  1. Es totalmente normal. Parece que por ser mamás ya tenemos que ser perfectas y te juzgan muy fácil. Es un camino muy largo y difícil. Todos tenemos miedo e inseguridades. Un besazo wapa😘😘

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  2. Me alegro muchísimo que encontrases la solución perfecta, aunque debo decirte una cosa, intenta no ver más allá, te miraran siempre, te juzgarán siempre, porque por desgracia así es la vida, pero tú solo piensa en ti y en tu peque, que estéis bien, no tengas miedo a lo que los demás puedan pensar, lo que tú hagas por tu hija siempre será lo mejor para ella, nunca lo dudes!!

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  3. Tranquila y no te asustes guapa que esto nos pasa a todas, es solo una etapa que pasará y descuida la gente siempre juzga, habla y hablará, eso no te debe quitar el sueño tú disfruta , disfruta mucho de tu maternidad, no te preocupes, no le dediques tu atención a los otros y el qué dirán. Lo más importante eres tú y tu familia. Un abrazo!

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  4. Creo que a ninguna madre le gusta que su bebé llore. Sobre todo porque no nos pueden decir lo que les pasa y eso es lo que nos causa miedo / angustia. Como te han dicho, enfócate en ti y en tu peque, los demás... en ese dúo no tienen cabida.

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  5. Qué bien que compartas tu evolución en este proceso, y cómo al final has conseguido el equilibrio. Es un buen ejemplo para compartir con más mamis. Gracias!!

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